LA FALSA LIBERTAD
El concepto de libertad sufre un equívoco que es típico de la época en la que vivimos. Estamos acostumbrándonos a convivir con el virus y al mismo tiempo nos acostumbramos a ver y oír disidentes, negacionistas que se manifiestan contra las autoridades que gestionan las normativas para combatir la pandemia, autoridades sanitarias y autoridades políticas; las segundas toman las decisiones asesoradas por las primeras.
Me recuerda este movimiento de insumisión a tantos movimientos que en la historia han sido donde algunas personas se niegan a seguir la normativa vigente: insumisión al servicio militar, médicos anti-abortistas que se niegan a practicar abortos o anti-vacunas que no ponen vacunas a sus hijos e hijas. En este caso el movimiento negacionista está en contra de las medidas restrictivas a la movilidad se niegan a llevar mascarilla. La diferencia es que en los casos citados la repercusión es personal, eso sí, enfrentarse a la autoridad del estado y a las fuerzas de seguridad son mal vista por quienes no soportan la desobediencia. Pero la insumisión negacionista a la pandemia del Covid-19 no sólo tiene una repercusión personal sí no social y política. Negarse al servicio militar suponía ir en contra del movimiento militarista del Estado, suponía una lucha social para concienciar a las personas de la necesidad de reducir o eliminar las armas de la vida cotidiana y eliminar de la mente la forma de relación militarista y autoritaria.
Pero, ¿qué implica a nivel social negarse a usar mascarilla o negarse a creer en el virus infeccioso? La repercusión es para quienes creemos que es una negligencia negarte a protegerte, ya que si no te proteges puedes infectar a quienes te rodean.
De la misma manera el movimiento anti-vacunas tiene sentido si creyéramos que los perjuicios de las vacunas superan a los beneficios. Pero llevamos mucho tiempo comprobando la cantidad de vidas que se salvan, por no contar la calidad de vida que se gana al no vivir con las secuelas permanentes de algunas enfermedades: Poliomielitis, viruela, difteria, sarampión,varicela, paperas, rabia, tosferina, rubeola, tuberculosis, hepatitis, tétanos, el tifus...No podemos obviar, pues, que las vacunas son más beneficiosas que perjudiciales. Los casos, que los hay, de efectos secundarios perjudiciales no superan ni con mucho los beneficios. Quienes se permiten el lujo de no vacunar a sus hijos e hijas pueden hacerlo porque la población en general que le rodea está vacunada y sirve de barrera a la trasmisión de la enfermedad.
Negarse a la norma como forma de afirmar nuestra personalidad puede tener sentido entre menores que necesitan pasar por esa etapa, pero las personas adultas tendremos que cambiar las formas y asumir que no toda norma es arbitraria y nos perjudica, véanse las normas de tráfico y circulación: cualquiera vería absurdo negarse a parar en un semáforo en rojo o aparcar en medio de la vía. No toda norma está puesta para fastidiarnos.
La libertad sin responsabilidad es tirana y egocéntrica, por no decir que no es auténtica libertad. Se apela a la libertad, muy a menudo, para justificar el capricho egocéntrico de “salirse con la suya”. Adultos hay que lloran de rabia como “el tirano de la trona” que se niega a comer la papilla porque no sabe igual que siempre. Quizá queramos ser personas únicas y especiales y nos negamos a pasar por el aro de la mayoría y por eso negamos la evidencia y utilizamos la violencia incluso, para hacernos valer. Pero la libertad, si no va emparejada a la solidaridad no puede ser auténtica libertad. La libertad de hacer lo que yo quiera es lícita si no ocasiona perjuicio a las personas que nos rodea. Los contagios y las muertes hablan por sí solas. Por no hablar de la cantidad de personas que no tienen recursos para sobrellevar esta crisis, o de la saturación a la que están sometidos los hospitales y trabajadores y trabajadoras de la sanidad. O maestros y maestras que siguen al pie del cañón arriesgándose a contraer la enfermedad, para que padres y madres puedan ir a trabajar. Dicen de la economía, pero acabo de oír que la economía sigue creciendo, quizá no tanto como los empresarios quisieran, pero crece, lo que no crece es la racionalidad y la congruencia. Nos movemos por emociones egocéntricas y buscamos la autoridad que nos libere de esa angustia que supone la inseguridad de la salud. Ya esté en autoridades reconocidas o en curanderos que son los nuevos sustitutos de la religión que está en franco retroceso o una amiga que tuvo una experiencia desagradable con la salud. El método científico está ahí para quien lo quiera ver, claro que quizá no queramos ver la realidad, es más sencillo inventarse una realidad a la medida.
José Luis Viviens
(Colectivo Paideia)